lunes, 29 de agosto de 2011

What a Wonderful World





Chinguen a su madre tú y la tijerilla!” vociferaba mi padre, mientras yo veía el techo y me preguntaba si las tijerillas, y demás insectos, tendrían algo a lo que pudieran llamar madre y si la chingarían de vez en cuando. En este momento tengo 13 años y mis padres acaban de divorciarse la semana pasada. La cosa con las tijerillas es que siempre me han producido un pavor insoportable, por que alguno de los gandallas de mis primos me dijeron, que cuando duermes las tijerillas se meten en tus oídos, devoran tu tímpano y tienen a sus bebés en tu cerebro. No puede creer que existan criaturas tan oportunistas y abusivas como para engendrar una familia dentro de un cerebro humano; da asco de sólo imaginarlo. La otra razón por la que detesto a las tijerillas, es por que cometí la idiotez de coger la metamorfosis de Kafka de los libros de Carlos, mi hermano mayor. La verdad no entendí nada, excepto que un señor es transformado en algo así como una cucaracha y su familia lo acaba detestando y lo intentan matar por ser un bicho asqueroso. La verdad no entendí nada de Kafka, sólo me hizo sentirme estúpido por no entender los libros de mi hermano, odiar más a los insectos y resentir más las peleas de mis padres. Más grande entendería todavía menos de Kafka.


De verdad, que no entendía la ira de mi padre, sólo le había indicado que había una tijerilla, como todas las otras veces que él amablemente se deshacía de estos animales no invitados; ahora con el divorcio, me había llevado una mentada de madre. ¿Por qué estaba tan enfurecido conmigo?, se que estaba muy triste y enojado con mi madre. Ya había tres domingos–día que me parecía horroroso, porque había que hacer tarea–seguidos, donde se servia una cuba, se recostaba en el piso de la sala a llorar y a escuchar sus discos de Kenny G y de disco sin hacer nada mas. Ignorándonos a mi hermano y a mí. Mi madre nos dijo que el divorcio era por el bien de todos y para que ya no viéramos tantas peleas mi hermano y yo. No resultó ser nada así: Se habían acabado los domingos sin tarea en casa de mi abuela, las comidas familiares, los sábados de fucho en el parque de Xochimilco, el arbolito de Navidad en la casa y la protección de mi padre ante las tijerillas. Se fueron las discusiones y vinieron los domingos de Kenny G, de What a Wonderful World, de cubas de botellas con tapita y sabor de medicina, de mes y medio de intentar vivir con mi madre, hasta que le hablo en llanto a mi papá diciéndole que no nos soportaba ni a mí, ni a mi hermano, que nos acabaría matando. ¿Será posible eso?, que alguno de tus padres se vuelva loco por tus travesuras y quiera asesinarte; me acordé muchísimo esa vez que tenia 11 años y me escabullí al cuarto de mis padres y me dejaron ver con ellos la película del Resplandor. ¿De verdad las familias se podían volver así de locas y asesinas?, tal vez mi madre estaba poseída. Obvio del Resplandor yo no entendía nada; más tarde entendería menos.


Esas semanas de domingos de Kenny G, What a Wonderful World, de cubas con ron-medicina, de papá protegiéndonos de posesiones diabólicas de mamá y de mentadas de madre gratuitas. Me harían sospechar, que las mujeres pueden dejarlo a uno tirado en el piso los domingos bebiendo ron espantoso. No entendía la tristeza terrible de mi padre, pero eso no evitaba que yo también me sintiera triste y con ganas de tirarme en el piso de madera de la casa. Sólo me habían bateado tres niñas y me cagaban por mamonas, también había perdido a una noviecita, que besaba secretamente en la jardinera de la escuela y abajo de la escalera; me dejó porque a mi me daba pena que me vieran con ella y no más la besuqueaba en secreto, supongo que a los mujeres no les gustan los romances secretos. Me habían dolido esas niñas, pero no entendía el terrible dolor que acontecía en esos domingos.


Ahora tengo 24 años, es Navidad y estoy bebiendo en una banqueta por división del norte y eje 5. Las casas están adornadas de una forma preciosa, y las lucecitas de Navidad siempre me entibian el corazón, supongo que me recuerdan a cierta época de abundancia de mi niñez. Bebo afuera de estos hogares, por que adoro la época navideña; me gusta imaginar que pertenezco a estas casas y que se adornan todos los años sin falta. Compré unos habanos en el Sanborns no lejos de aquí, al entrar tenían puesto un disco de Kenny G, detestó a Kenny G me parece el típico músico de jazz que los dones escuchan para acercarse al jazz, lo aborrezco. Sólo me gusta su versión de What a Wonderful World con el grandísimo Louis Armstrong, inmediatamente me lleva a cuando tenía 13 años y al divorcio de mis padres.


Llevo un rato sentado aquí conmovido por estas luces y llorando por las mujeres que se han ido en mi vida, por mi relación de 6 años tirada a la basura, por amar a una mujer con la cual no puedo estar y por lo complicado que me es compartir mi vida con otra persona. Me enjugo una lagrima y pienso en mi padre y en las malditas tijerillas que anidan en el cerebro humano. Sonrío porque ahora no parecen tan irracionales los domingos a mis trece años. Sigo sin entender a Kaftka, a las mujeres, los divorcios, el corazón de los hombres, a Kubrick y a Louis Armstrong. No entiendo nada, pero levanto mi anforita de Don Pedro y tomo un gran, gran sorbo. Recuerdo los primeros versos de What a Wonderful World: “ I see Trees of Green, Red Roses Too, I see them bloom, For me and you”, y pienso: “qué maravilloso es Kaftka!, qué maravilloso es amar y acabar en un piso de madera bebiendo Ron Raro o Portoviejo!, qué maravillosas las luces de navidad, los insectos y el Resplandor, qué maravilloso es mi padre”. Bebo el último trago, vuelvo a llorar: “And I think to my self...What a Wonderful World “




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